Tiempo de descuento
La cita era hoy. De haberse plegado al guión escrito hace apenas 15 días en la intimidad del despacho presidencial, Rajoy comparecería esta mañana ante el Pleno del Congreso –y no en una enlatada entrevista de salón– para explicar el porqué del arrebato socialdemócrata que le llevó a meter mano al bolsillo de los ciudadanos sin más aclaración que la de los rostros desencajados de los ministros que dieron la cara por él. El caso es que don Mariano ni estaba ni se le esperaba, que fue la frase con la que Sabino paró el 23-F, la misma con la que los generales de Rajoy han intentado amortiguar el marianazo.
Alguien ha argumentado que el mutis del presidente respondía a la estrategia de aplicarse a sí mismo la receta de la economía procesal. Algo así como: “Dosifícate Mariano, que ya habrá tiempo de apariciones públicas en las que achicharrarse”. Cuentan, además, que Rajoy ha pasado la Navidad abrumado por problemas familiares: la delicada salud de su padre, la resistencia de su mujer a mudarse a La Moncloa, símbolo patrio de un aislacionismo poco menos que diabólico, donde ninguna pareja presidencial quisiera ver crecer a los hijos. Y, bien mirado, ¿si Rajoy fue el único titular de Interior capaz de evitar la mudanza al ministerio, qué insondables motivos le impiden ejercer la presidencia desde su casa, precisamente ahora, cuando el contribuyente clama por gestos de austeridad más allá del sablazo a la nómina?
Puestos a escrutar los desaciertos de un presidente incipiente, ninguno como la formación del Gobierno en tiempo de descuento. ¿Qué tal haber aprovechado el larguísimo periodo preelectoral para afinar la inaplazable poda de chiringuitos públicos? A cambio, optó por jugar a presidente –la erótica del poder, ¡ay!–, y de los polvos de ese secretismo absurdo vienen los lodos de esta agonía exasperante.
Alguien ha argumentado que el mutis del presidente respondía a la estrategia de aplicarse a sí mismo la receta de la economía procesal. Algo así como: “Dosifícate Mariano, que ya habrá tiempo de apariciones públicas en las que achicharrarse”. Cuentan, además, que Rajoy ha pasado la Navidad abrumado por problemas familiares: la delicada salud de su padre, la resistencia de su mujer a mudarse a La Moncloa, símbolo patrio de un aislacionismo poco menos que diabólico, donde ninguna pareja presidencial quisiera ver crecer a los hijos. Y, bien mirado, ¿si Rajoy fue el único titular de Interior capaz de evitar la mudanza al ministerio, qué insondables motivos le impiden ejercer la presidencia desde su casa, precisamente ahora, cuando el contribuyente clama por gestos de austeridad más allá del sablazo a la nómina?
Puestos a escrutar los desaciertos de un presidente incipiente, ninguno como la formación del Gobierno en tiempo de descuento. ¿Qué tal haber aprovechado el larguísimo periodo preelectoral para afinar la inaplazable poda de chiringuitos públicos? A cambio, optó por jugar a presidente –la erótica del poder, ¡ay!–, y de los polvos de ese secretismo absurdo vienen los lodos de esta agonía exasperante.