Confusión y decisiones
El nombre del partido es Unión Progreso y Democracia, pero es conocido como “el partido de Rosa Díez”. Por algo será. Probablemente, según quienes estuvieron dentro y ahora están fuera, porque la fuerte personalidad de Díez hace que no se mueva un papel ni se tome una decisión sin que ella lo sepa y lo decida. Quienes hemos seguido con cierto interés su trayectoria parlamentaria en la pasada legislatura sabemos que la ex dirigente socialista reconvertida en lideresa de UPyD se movió generalmente por intereses mediáticos. En eso es reconocida su eficacia. Al ser diputada única, perdida en el marasmo del Grupo Mixto, intervino a su conveniencia, se ocupó de airear su voto y cuando se ausentó del hemiciclo nadie la echó en falta.
Me alegra que en esta legislatura el partido de Rosa Díez haya conseguido grupo parlamentario en la Cámara Baja gracias al préstamo temporal del único diputado de Foro Asturias. Esa presencia con grupo propio hará que UPyD tenga que mojarse en todas las iniciativas. Hasta ahora las decisiones visibles de Rosa Díez a partir de las elecciones generales han sido tres.
La primera fue presentar una iniciativa parlamentaria solicitando la ilegalización de Amaiur. Aún no se había abierto la legislatura, no había consensuado con nadie, ni siquiera había hablado con los dos grupos mayoritarios, por lo que su intento era sólo mediático. En su estilo. Poco después, en el debate de investidura, Rajoy contestó adecuadamente, con contundencia, a la coalición proetarra. La pirueta mediática de Díez quedó diluida y en su dimensión real.
La segunda decisión fue votar negativamente la investidura de Rajoy, alineándose con su antiguo partido, el PSOE. Nada extraño, ya que Rosa Díez se descolgó del socialismo y no pocos piensan que por despecho, tras recibir un apoyo ridículo cuando intentó ser elegida secretaria general del PSOE en el Congreso Federal en el que resultó ganador Zapatero; lo que quería ser Díez era Zapatero. Ahora parece que estamos ante el intento de un nuevo frente de presión como el que protagonizaron los nacionalistas durante las dos legislaturas de Zapatero, pero en un mapa bien distinto.
El pueblo español a menudo padece amnesia pero algunos recuerdan que siendo Díez eurodiputada socialista comandó una acerada campaña contra Loyola de Palacio, ya vicepresidenta de la Comisión Europea, en un asunto que venía de su paso por el Ministerio de Agricultura, el llamado caso del Lino, aderezado por José Bono, entonces presidente de Castilla-La Mancha, que actuó como colaborador necesario de Díez. El caso llegó a los tribunales y, al final, quedó en nada. Pero cuando concluyó, el caso del Lino se había llevado ya por delante un par de vidas –me refiero en ese espacio temporal– de acusados por el dúo Díez-Bono, una de ellas la de Loyola de Palacio.
La tercera decisión de Rosa Díez fue no aplaudir al Rey en el solemne acto en que se abría la legislatura. En esta actitud se unió a Cayo Lara (IU), a Josu Erkoreka (PNV) y a Uxúe Barkos (Geroa Bai). Menuda compañía. Al final, tras haber permanecido sin aplaudir, Díez inició un tímido aplauso que duró, y así lo han recogido los medios de comunicación, unos segundos. Estar y no estar, ser y no ser. Una táctica.
Por otra parte, su reiterada petición de un cambio en la Ley Electoral, que no digo que no sea necesario, es nueva. Díez en muchos años de vida política nunca se preocupó por ello y se mostró cómoda con la ley vigente.
Todo esto reafirma una cierta ceremonia de la confusión que nos lleva a la pregunta del millón: ¿dónde está en realidad UPyD, si es que nítidamente está en alguna parte?
Fui testigo de la votación de los diputados de UPyD a los Presupuestos en la Asamblea de Madrid. Se abstuvieron en infinidad de votaciones. Si hay una ley en la que normalmente la abstención es poco numerosa es en la de Presupuestos. Se trata de llevar un modelo político a guarismos y se puede estar de acuerdo o no, pero la reiterada abstención supone el deseo de no coincidir con unos o con otros. No mojarse. La indefinición no es otra cosa que confusión.
Supongo que algunas de estas decisiones abrirán los ojos a los votantes que desde la derecha y el centro-derecha confiaron en una opción que aparecía como políticamente refrescante y no alineada con los socialistas y aún con otros más ultramontanos.
Es obvio que una formación política tiene libertad de hacer lo que quiera, pero las decisiones de UPyD en esta recién iniciada legislatura, desde mi libérrimo punto de vista, son relevantes de qué hay detrás de esas siglas y de lo que cabe esperar de ellas. Me encantaría equivocarme. Después de una estudiada indefinición de alcance mediático ha llegado la hora de la verdad. Y lo escribo con el máximo respeto.
*Juan Van-Halen es académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando.
Me alegra que en esta legislatura el partido de Rosa Díez haya conseguido grupo parlamentario en la Cámara Baja gracias al préstamo temporal del único diputado de Foro Asturias. Esa presencia con grupo propio hará que UPyD tenga que mojarse en todas las iniciativas. Hasta ahora las decisiones visibles de Rosa Díez a partir de las elecciones generales han sido tres.
La primera fue presentar una iniciativa parlamentaria solicitando la ilegalización de Amaiur. Aún no se había abierto la legislatura, no había consensuado con nadie, ni siquiera había hablado con los dos grupos mayoritarios, por lo que su intento era sólo mediático. En su estilo. Poco después, en el debate de investidura, Rajoy contestó adecuadamente, con contundencia, a la coalición proetarra. La pirueta mediática de Díez quedó diluida y en su dimensión real.
La segunda decisión fue votar negativamente la investidura de Rajoy, alineándose con su antiguo partido, el PSOE. Nada extraño, ya que Rosa Díez se descolgó del socialismo y no pocos piensan que por despecho, tras recibir un apoyo ridículo cuando intentó ser elegida secretaria general del PSOE en el Congreso Federal en el que resultó ganador Zapatero; lo que quería ser Díez era Zapatero. Ahora parece que estamos ante el intento de un nuevo frente de presión como el que protagonizaron los nacionalistas durante las dos legislaturas de Zapatero, pero en un mapa bien distinto.
El pueblo español a menudo padece amnesia pero algunos recuerdan que siendo Díez eurodiputada socialista comandó una acerada campaña contra Loyola de Palacio, ya vicepresidenta de la Comisión Europea, en un asunto que venía de su paso por el Ministerio de Agricultura, el llamado caso del Lino, aderezado por José Bono, entonces presidente de Castilla-La Mancha, que actuó como colaborador necesario de Díez. El caso llegó a los tribunales y, al final, quedó en nada. Pero cuando concluyó, el caso del Lino se había llevado ya por delante un par de vidas –me refiero en ese espacio temporal– de acusados por el dúo Díez-Bono, una de ellas la de Loyola de Palacio.
La tercera decisión de Rosa Díez fue no aplaudir al Rey en el solemne acto en que se abría la legislatura. En esta actitud se unió a Cayo Lara (IU), a Josu Erkoreka (PNV) y a Uxúe Barkos (Geroa Bai). Menuda compañía. Al final, tras haber permanecido sin aplaudir, Díez inició un tímido aplauso que duró, y así lo han recogido los medios de comunicación, unos segundos. Estar y no estar, ser y no ser. Una táctica.
Por otra parte, su reiterada petición de un cambio en la Ley Electoral, que no digo que no sea necesario, es nueva. Díez en muchos años de vida política nunca se preocupó por ello y se mostró cómoda con la ley vigente.
Todo esto reafirma una cierta ceremonia de la confusión que nos lleva a la pregunta del millón: ¿dónde está en realidad UPyD, si es que nítidamente está en alguna parte?
Fui testigo de la votación de los diputados de UPyD a los Presupuestos en la Asamblea de Madrid. Se abstuvieron en infinidad de votaciones. Si hay una ley en la que normalmente la abstención es poco numerosa es en la de Presupuestos. Se trata de llevar un modelo político a guarismos y se puede estar de acuerdo o no, pero la reiterada abstención supone el deseo de no coincidir con unos o con otros. No mojarse. La indefinición no es otra cosa que confusión.
Supongo que algunas de estas decisiones abrirán los ojos a los votantes que desde la derecha y el centro-derecha confiaron en una opción que aparecía como políticamente refrescante y no alineada con los socialistas y aún con otros más ultramontanos.
Es obvio que una formación política tiene libertad de hacer lo que quiera, pero las decisiones de UPyD en esta recién iniciada legislatura, desde mi libérrimo punto de vista, son relevantes de qué hay detrás de esas siglas y de lo que cabe esperar de ellas. Me encantaría equivocarme. Después de una estudiada indefinición de alcance mediático ha llegado la hora de la verdad. Y lo escribo con el máximo respeto.
*Juan Van-Halen es académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando.