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La viuda de Manasés

La viuda de Manasés:
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''Fragmento de una leyenda bíblica''



HOLOFERNES, ''general de los asirios.''

AMIRIS



Delante de su ejército ganaron

largo trecho los dos, y la llanura

del campo de Esdrelón atravesaron,

y en la silvestre y fértil espesura

de las montañas ásperas tocaron,

en cuya amena soledad oscura

de esta manera a platicar tornaron.



HOLOFERNES: ¿Con que ya de Israel pisamos tierra?



AMIRIS: Éste es de Dotaín la gran campiña,

en cuyo seno pródigo se encierra

la doble mies y la fecunda viña.



HOLOFERNES: ¿Y aquí nace aquella uva prodigiosa

que alguna vez en Nínive gustamos

del rey en los festines?



AMIRIS: Aquí nace.

Tiende la vista ansiosa

en rededor de ti y míralo. Estamos

donde con cinto de montañas hace

sus límites Judá, y aquellos muros

que levantarse ves sobre la sierra

los de Betulia son.



HOLOFERNES: ¿Betulia dices?

¡Oh! ¡Mil veces soñé con esta tierra!

¿Que ésta es Betulia?



AMIRIS: Sí.



HOLOFERNES: Nuevas felices

me das, y el corazón dentro del pecho

me salta de alegría,

centro a tanto placer hallando estrecho.

¡Salve, Betulia mía!

¡Salve, ciudad hermosa del Oriente;

blanca perla escondida en la montaña

tras cuya erguida y torreada frente

nace la luz que al universo baña!

¡Salve!, y no temas de mi armada gente

las armas nuevas, y la lengua extraña,

que todo este aparato de pelea

sólo guerra de amor trae a Judea.



AMIRIS: ¡Señor!



HOLOFERNES: Silencio, Amiris: de mi labio

saltaron indiscretas las palabras,

mas ábrelas sepulcro si eres sabio

dentro del corazón o te le labras.



AMIRIS: ¡Que así me hables, señor, cuando en mi pecho

solamente amistad franca y sincera

para ti guardé siempre!



HOLOFERNES: No sospecho

de ti; perdona, Amiris, esta fiera

pasión que me devora

y que dentro de mí vivió hasta ahora.



AMIRIS: ¡Pasión!



HOLOFERNES: No, dije mal; voraz hoguera,

fuego que oculto en mis entrañas vive,

que calma ni frescor jamás recibe,

y a cuya llama mi vivir consumo,

pues ni aun puedo dejar que lance fuera

en suspiros y lágrimas el humo.



AMIRIS: ¡Tú amas!



HOLOFERNES: Con amor tan impetuoso

que las riquezas, el honor, la gloria,

no tuvieron aliento poderoso

a echar a una mujer de mi memoria.



AMIRIS: ¡A una mujer!



HOLOFERNES: De este país.



AMIRIS: ¿Hebrea?



HOLOFERNES: Sí, pero más hermosa y peregrina

que el sol que en el Oriente centellea

y cuanto con sus rayos ilumina.



AMIRIS: Jamás aquí moraste.



HOLOFERNES: Mi destino

a Nínive la echó. Parientes suyos

a rescatar del cautiverio vino,

y al rey habló y la hablé: respetuosa

mi poder invocó; servíla luego:

sus parientes salvó por ser hermosa,

mas por mirarla yo sentíme ciego.

La busqué, la seguí, la hablé amoroso;

rigurosa la hallé más cada día:

ídolo la erigí del alma mía;

pero el tiempo perdí, perdí el reposo:

de Nínive partió con cauta huella,

mi corazón llevándose tras ella.

Dulce recuerdo de agradable sueño,

su imagen vive en mi memoria, ilesa;

mas otra sombra de terrible ceño

entre ambos enojada se atraviesa.

Nabucho-Donosor con necio empeño

por esposa me ofrece una princesa,

y éste, que un día ambicionar me plugo,

hoy me parece insoportable yugo.



AMIRIS: ¿Y en la misma balanza

una loca pasión pones osado

con la sacra privanza

del monarca de Asiria? ¿Has olvidado

que de todo su ejército caudillo

vienes a estos lugares

sólo a su gloria a levantar altares,

y con paz o con guerra,

a ley de la razón o del cuchillo,

a proclamarle Dios, rey en la tierra?

¿Has olvidado que si tal secreto

se huyera de tu labio en Babilonia,

por él quedaras a morir sujeto

en horca vil y torpe ceremonia?



HOLOFERNES: Por eso le oculté tan cuidadoso

mientra en la corte ninivita anduve:

por eso me empeñé tan afanoso

mi cargo en obtener, y al fin le obtuve:

mas hoy lejos de Nínive, seguro

puedo ya respirar: franco mi aliento,

no en alta noche entre doblado muro,

sino a la luz del sol y al aire puro

puede manifestar mi pensamiento.

Sí, yo amo a una mujer israelita

y es su amor para mí mayor tesoro

que la sacra princesa ninivita

que el rey me ofrece con palacios de oro.



AMIRIS: Te oigo y apenas lo que dices creo;

el rey te trata como a igual; te brinda

la mano de hermosísima princesa,

su ejército te da, te da su mesa

y no concibo bien que éste no rinda

Cuanto ha la vida para ser preciada

no vale de tu rey una mirada.



HOLOFERNES: Y una mirada de la hermosa hebrea

vale más para mí que el mundo todo;

y esa pompa imperial que le rodea,

puesta a su lado me parece lodo.

¿Me ves cuando en mi carro rutilante,

arrebatado de veloz cuadriga,

no hallo enemigo que me esté delante

ni esforzado varón, que mi pie siga?

¿Quién piensas, di, que esfuerza mi bravura

que las contrarias huestes atropella?

¿Por quién creer que mi vida se aventura?

¿Por el honor de Asiria? No: por ella.

¿Me ves cuando de pie sobre un escudo,

de toda una nación al clamoreo,

de cien clarines entre el son agudo

después del triunfo conducir me veo?

¿Por quién entonces mi cerviz erguida

con noble orgullo militar descuella?

¿Por quién aprecio mi gloriosa vida?

¿Por el honor de Asiria? No: por ella.

¿Me ves cuando ceñido de áurea ropa,

en el festín de mi señor tendido,

asida con los labios la ancha copa

mantengo largo trecho distraído?

¿Crees que me arroba el cortesano incienso?

¿Que el pisar me enloquece donde él huella?

¿Creíste que es en lo que entonces pienso

Nabuco-Donosor? No: pienso en ella.

Y por ella de Nínive me alejo,

por ella multiplico mis hazañas,

por ella el fausto y las grandezas dejo,

porque ella es el amor de mis entrañas.



AMIRIS: Indigna es de un guerrero tal flaqueza,

ajena tal pasión de un cortesano,

y es fácil que te cueste la cabeza

si llega hasta el oído soberano.



HOLOFERNES: Llegará cuando llegue con tal ruido,

que al comprender la temeraria idea

ya encontrará su imperio dividido,

y enfrente de su Asiria mi Judea.



AMIRIS: ¡Dioses!



HOLOFERNES: En tu alma mi secreto encierra:

yo sus estatuas alzaré a millares,

yo le proclamaré rey en la tierra,

mas justo es que a mi amor preste su guerra

una corona entre su mil altares.

Te ofrezco mi amistad; y piensa al cabo

que yo te llamo en mi poder amigo

y en su real poder te llama esclavo.

Séme fiel, y oye bien lo que te digo:

escudo de mi rey, en mí se fía:

ídolo de su ejército, me adora:

alentado de amor, la fuerza es mía:

yo abarco al real poder en este día,

yo soy Nabuco-Donosor ahora.

Álcense, pues, aquí los blancos linos

de las asirias tiendas; y prudentes

franqueemos desde aquí nuestros caminos

y el intento sepamos de esas gentes.

Esto quise decirte, y para esto

quise sólo avanzar aquí contigo;

elige, pues: mi víctima o mi amigo.



AMIRIS: Nací contigo, junto a ti es mi puesto.



HOLOFERNES: Y no te ha de pesar cuando se vea

enfrente de su Asiria mi Judea.



Dijo: y a una señal de su áurea trompa

los ecos de los montes despertaron:

y con soberbia y belicosa pompa

sus tiendas los asirios levantaron.



'''FIN'''

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