Un Nobel y uno que no lo fue
Está claro que cuando un científico obtiene un Premio Nobel, automáticamente, salta a una esfera especial. Pero si encima es una persona sencilla, amable y solidaria con los demás, todavía sube más alto. Hoy os explico dos historias de dos señores: una de un Premio Nobel de verdad y otro que pudo serlo, pero que las circunstancias no le dejaron. Ambos, grandes hombres.
Michael Smith, doctor del laboratorio de Biotecnología de la Universidad de Columbia Británica, en Canadá, recibió el Premio Nobel de Química en 1993, por sus descubrimientos sobre la mutagénesis dirigida, un método para programar el ADN celular.
Fue un investigador apasionado y un hombre extraordinariamente sencillo y conocido por su humanidad. Nunca se olvidó de sus humildes orígenes y cuando hablaba a las audiencias, bien fuera a escolares o bien fuera a gobernantes, los engatusaba con sus mensajes. Imaginad si es así que hizo donación de la práctica totalidad de los 70 millones de las antiguas pesetas que acompañaban el galardón. Sólo se reservó un pellizco (3 millones y medio) para llevarse unos cuantos invitados a la ceremonia de entrega, en Estocolmo, y celebrarlo como correspondía.
La donación iba destinada a unos fines muy precisos: la mitad del dinero se tenía que dedicar a hacer investigación sobre la genética de la esquizofrenia y la otra mitad había que dividirla en becas para incorporar más mujeres a la investigación puntera de Canadá y programas para la formación de maestros rurales de ciencias. La decisión obedecía, según la opinión del premio Nobel, a la insuficiencia de los recursos destinados a los tres problemas tratados (Michael Smith no se paró a la hora de donar ya que, cuando en 1999 cuando recibió otro premio, el Royal Bank, lo donó a la BC Cancer Foundation).
Lo curioso del caso es que el gobierno canadiense se dio por aludido y decidió, a su vez, triplicar la aportación del doctor Smith y convertir aquellas asignaciones en programas regulares de promoción con las mismas finalidades y proporciones.
Me pregunto si nuestro gobierno también se hubiera dado por aludido de igual manera. Con lo que se fomenta por aquí la investigación, lo dudo mucho. Creo más bien que en nuestro caso habría sucedido lo que le pasó al hombre protagonista de nuestra segunda historia.
El Premio Nobel de Química de 2008 fue concedido a tres científicos, dos de ellos estadounidenses: (Martin Chalfie y Roger Y. Tsien; y el japonés Osamu Shimomura. El Premio fue por el descubrimiento y desarrollo de la proteína verde fluorescente GFP. La gracia es que podemos conectar esta proteína con otras importantes y así podemos ver las interacciones y movimientos de ellas.
Pues bien, cuando se anunció el premio, los dos científicos estadounidenses afirmaron que el trabajo trascendental e inicial no lo habían hecho ellos, sino que había sido Douglas Prasher, un biólogo molecular que investigaba en el Instituto Oceanográfico de Woods Hole.
Roger Tsien afirmó que el trabajo de Prasher había sido “crítico y esencial” para el desarrollo que luego se hizo en los laboratorios; y Chalfie dijo que tranquilamente se habría podido dar el premio a Prasher y no a él mismo (el Nobel no se concede a más de 3 personas). Grandes hombres, sin duda.
Los periodistas quisieron localizar a Prasher para hacerle una entrevista y descubrieron que ya no estaba en la investigación. Resulta que años atrás se había visto forzado a abandonar los laboratorios. Después de un año sin trabajo y las consiguientes depresiones había empezado a hacerlo para un concesionario de coches a 10 dólares la hora. Con esa paga intenta que sus dos hijos vayan a la Universidad.
Cuando le entrevistaron, en lugar de exclamar por su mala suerte, se alegró por sus compañeros y dijo que cuando se trabaja con fondos públicos se tiene la obligación de compartir. Y añadió que
— Si Marty y Roger quieren agradecérmelo, siempre pueden enviarme algo de dinero. Acepto regalos y donaciones.
Y dijo también que espera que este Nobel le pueda traer alguna oferta de trabajo en su campo, idealmente volver a Falmouth donde vivó, según dijo, felizmente durante 14 años.
Desgraciadamente, hay muchos científicos en esta situación. Me gustaría, para finalizar recordar las siempre clarividentes palabras de Marie Curie:
La humanidad, evidentemente, tiene necesidad de hombres prácticos que sacarán el máximo de su trabajo y, sin olvidar el bien general, salvaguardarán sus propios intereses. Pero la humanidad también tiene necesidad de soñadores, para quienes los prolongados desintereses de una empresa son tan cautivadores que les es imposible consagrar cuidados a sus propios beneficios materiales. Sin duda alguna, esos soñadores no merecen la riqueza, puesto que no la desean. De todas maneras, una sociedad bien organizada debería asegurar a esos trabajadores los medios eficaces para cumplir su labor, en una vida libre de toda preocupación material y libremente consagrada a la investigación.