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Terapia de calles abiertas

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El tercer jueves de cada mes mi psiquiatra y yo hacemos lo que él denomina “Terapia de calles abiertas”. Trasladamos su despacho a mi taxi y el diván al asiento del conductor. Según dice, muchos de mis traumas proceden del taxi, y no hay mejor forma de abordar cualquer problema que, precisamente, desde dentro.
La terapia consiste en dar vueltas por la ciudad mientras él me psicoanaliza desde el asiento trasero, como si él fuera usuario y yo el taxista, solo que al final del trayecto yo le pago a él lo que marca el taxímetro.  Suele marcar algo más de lo que me cobra normalmente por una hora de terapia convencional, cosa que le cabrea bastante (y a mí también).
El caso es que ayer sucedió algo insólito. Mientras él me hablaba de mis proyecciones usuáricas, biopsiando mi interior cual rata de laboratorio, mirándome fijamente a través del espejo retrovisor, moví el espejo para que él se reflejara en sí mismo, con sus ojos en contacto directo con sus propios ojos, y entonces mi psiquiatra implosionó. Pum.