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FICHTE: EL CUARTO ESTADIO DE LA VIDA ESPIRITUAL

undefinedLa exhortación a la vida bienaventurada, X.
“Como estaciones de la vida espiritual hemos conocido cinco estadios fundamentales de la posible visión del mundo, y a través de estos la vida, que al comienzo era sólo una visión fría y desinteresada se ha ido vigorizando…./… Esta descripción de una vida espiritual que se ha elevado a los niveles superiores se hace conceptualmente más oscura para la mayor parte de una época que está hundida y sólo alcanza los ámbitos más alejados, y se hace más difícil de comprender, tanto para una experiencia espiritual propia como para un conocimiento de oídas”.
…/…
“Las expresiones de la filosofía son sólo abreviaciones del discurso para recordar en poco tiempo algo ya visto antes en una visión inmediata. Y para quien no participe de esta visión, pero sólo para él, son formulaciones vacías que no significan nada”.
La exhortación a la vida bienaventurada. Octava lección.
“La cuarta visión del mundo es la que resulta del estadio de la religión. La cual, en caso de que procediera de la tercera visión ya descrita, y estuviera vinculada con ella, tendría que ser descrita como el conocimiento claro de que lo santo, lo bello y lo bueno, no es un engendro nuestro, o el engendro de un espíritu, luz o pensar en sí mismos banales, sino que es inmediatamente la manifestación de la esencia interior de Dios en nosotros, como la luz, su expresión y su imagen, total y absolutamente y sin reservas, tal como su esencia interior es capaz de manifestarse en una imagen. Ésta, la visión religiosa, es la intelección para cuya generación hemos trabajado en las lecciones anteriores, y que ahora, en vinculación a su fundamento, queremos expresar más fuerte y determinadamente.
  1. Sólo Dios es, y nada fuera de Él. Una proposición, me parece, claramente inteligible, y la condición exclusiva de toda visión religiosa.
  2. Diciendo nosotros de este modo: Dios es, tenemos un concepto totalmente vacío, que no da en absoluto ninguna información sobre la esencia interior de Dios. ¿Qué podríamos responder, a partir de este concepto, a la pregunta?, “¿qué es entonces Dios?” El único posible añadido, que Él es absolutamente por sí, mediante sí, en sí, no es sino la forma fundamental de nuestro entendimiento, mostrada a él, y no dice nada más que nuestra manera de pensarlo. Y esto es sólo negativamente, y tal como no debemos pensarlo, es decir, no debemos deducirlo a partir de otro, tal como hacemos con otros objetos de nuestro pensar, forzados por la esencia de nuestro entendimiento. Este concepto de Dios es, por tanto, un concepto oscuro sin contenido. Y diciendo, Dios es, Él no es para nosotros internamente nada, y se transforma, mediante este mismo decir en nada.
  3. Pero ahora Dios entra en nosotros, como lo hemos contrapuesto antes a menudo, fuera de este concepto oscuro vacío, en su vida real, verdadera e inmediata. O dicho con más fuerza: nosotros mismos somos su vida inmediata. Pero de esta vida divina inmediata no sabemos nada: y como según nuestra expresión, nuestra propia existencia, que nos pertenece, sólo es aquello que podemos comprender en la conciencia, entonces permanece nuestro ser en Dios, en la raíz, siempre que pueda ser el nuestro, eternamente ajeno a nosotros, y por tanto, de hecho y verdaderamente,para nosotros mismos no nuestro propio ser. Con esta intelección no hemos mejorado en nada y permanecemos tan lejos de Dios como antes. No sabemos nada de esta vida divina inmediata, dije. Ya que, con el primer golpe de conciencia, se transforma en un mundo muerto, que se fragmenta además en cinco estadios de su posible visión. Debe ser siempre Dios el que vive tras todas estas figuras. No lo vemos, sino sólo sus velos. Lo vemos como piedra, hierba, animal, o si nos elevamos más, lo vemos como ley natural, o como ley moral, pero nada de esto es Él. Siempre la forma nos oculta la esencia, siempre nuestro propio ver nos oculta el objeto, y siempre nuestro ojo se pone en medio para nuestro propio ojo. A ti que te quejas, te digo: elévate al estadio de la religión, y todos los velos desaparecerán. El mundo transcurre para ti con su principio muerto, y la propia divinidad entra de nuevo en ti, en su forma primera y originaria, como vida, como tu propia vida, que debes vivir y vivirás. Pero todavía permanece la forma una, inextirpable de la reflexión, la infinidad de esta vida divina en ti, que en Dios es absolutamente sólo una. Pero esta forma no te oprime, ya que la anhelas y la amas: esta forma no te confunde, ya que eres capaz de explicarla. En lo que el hombre santo hace, vive y ama, no se muestra Dios en sombras, ni cubierto por un velo, sino en su propia vida inmediata y enérgica. Y la pregunta, irresoluble desde el concepto vacío de Dios, de qué es Dios, se responde aquí: Él es aquello, que hace el entregado a Él, y el entusiasmado por Él. ¿Quieres ver a Dios, tal como es en sí mismo, y frente a frente? No lo busques más allá de las nubes. Tú sólo puedes encontrarlo ahí donde tú eres. Mira la vida de los entregados a Él, y la verás. Entrégate tú mismo a Él, y lo encontrarás en tu pecho. Ésta es la visión del mundo y del ser del estadio de la religión”.
La exhortación a la vida bienaventurada, IX.
“…/…La auténtica y verdadera religiosidad no es exclusivamente contemplativa y reflexiva, ni incuba sólo sobre pensamientos memorizados, sino que es necesariamente activa. Consiste, como hemos visto, en la conciencia interior de que Dios vive en nosotros, y es activo y plenifica su obra. Pero si esto no se hace en nosotros una vida efectiva, ni sale de nosotros ninguna actividad, ni ninguna obra manifiesta, entonces Dios no es activo en nosotros. Nuestra conciencia de la unificación con Dios es entonces confusa y vana. Una mera imagen oscura de un estado que no es el nuestro. Tal vez la comprensión general pero muerta de que tal estado es posible y tal vez efectivo en otro, con quien en cambio no se tiene nada que ver. Estamos escindidos del ámbito de la realidad, y de nuevo desterrados en el del oscuro concepto vacío. Esto último es fanatismo y fantasía, porque no le corresponde ninguna realidad. Y este fanatismo es uno de los errores del misticismo, del que hemos hablado antes, y que hemos opuesto a la verdadera religión. Mediante la actividad viviente se diferencia la verdadera religiosidad de este fanatismo. La religión no es una mera fantasía aprendida de  memoria, he dicho: la religión no consiste en un negocio que se pueda separar de otros negocios, y ser practicado en ciertos días y horas. Sino que es el espíritu interior que penetra, vivifica y muestra en sí todo nuestro pensar y actuar, que por lo demás sigue su camino ininterrumpido. Que la vida y el imperio divino vive realmente en nosotros, es inseparable de la religión, dije. Pero no viene, como quise mostrar con lo dicho sobre el tercer estadio, a la esfera en que se actúa. A quien eleva su conocimiento a los objetos de la moralidad superior, si lo arrebata la religión vivirá y actuará en esta esfera, porque éste es su oficio propio. Quien tenga uno inferior, le será santificado mediante la religión, y recibe mediante ella, si no la materia, sí al menos la forma de la moralidad superior, a la que no corresponde sino amor y reconocer su negocio como la voluntad de Dios para nosotros y en nosotros. Si alguien colocara su campo en esa fe, o practicara la artesanía humilde con fidelidad, sería superior y más bienaventurado que aquel que sin esta fe, si esto fuera posible, hiciera feliz por milenios a la humanidad.
Por tanto, ésta es la imagen y el espíritu interior del verdadero religioso: él comprende su mundo, el objeto de su amor y su tendencia, no como un gozo cualquiera. No porque el engaño o el miedo supersticioso le represente el gozo y la alegría como algo pecaminoso, sino porque sabe que ningún gozo puede darle verdadera alegría. Comprende su mundo como un hacer, que él vive sólo porque es su mundo, y sólo quiere vivir en él, y sólo en él encuentra todo gozo de sí mismo. Pero no quiere este hacer para que su resultado se haga efectivo en el mundo sensible. Como tampoco le preocupa de hecho el éxito o el fracaso, sino que vive sólo en el hacer, puramente como hacer: sino que lo quiere porque es la voluntad de Dios en él, y su propia parte auténtica en el ser. Y así transcurre su vida completamente fácil y pura, no conociendo otra cosa, ni queriendo o pretendiendo salirse jamás de este estado, no seducido o afectado por nada fuera de él”.
La exhortación a la vida bienaventurada. Quinta lección.
“Toda nuestra doctrina, como el fundamento de todo aquello que aquí podemos decir, pero sobre todo de aquello que jamás podremos decir, ha quedado ahora clara y determinada, y se puede abarcar de un vistazo. No hay en absoluto ningún ser ni ninguna vida fuera de la vida divina inmediata. Este ser se oculta y oscurece de muchas formas en la conciencia, según las leyes propias e inextirpables de la conciencia fundamentadas en su esencia. Pero, liberado de todo ocultamiento y sólo modificado a través de la forma de la infinitud, se manifiesta en la vida y el actuar del hombre entregado a Dios. En este actuar no actúa el hombre, sino que el mismo Dios, en su ser y esencia originarios internos, es quien actúa en él, y a través de Él el hombre realiza su obra.”
La exhortación a la vida bienaventurada. Sexta lección.