EN BUSCA DEL UNICORNIO – Juan Eslava Galán
El jurado que decidió otorgar el Premio Planeta a Juan Eslava Galán y su En busca del Unicornio en 1987 estuvo compuesto por: Ricardo Fdez de laReguera, Antonio Prieto, Carlos Pujol, José Mª Valverde y José Manuel Lara. Salvo en el caso de este último he tenido que recurrir a la Wikipedia para saber quiénes eran los demás.
Sin duda alguna, estos señores debían de tener muy buenos motivos para apostar fuerte por este libro en detrimento del resto. Motivos de esos que pueden ser susceptibles de algún tipo de complot de intereses editoriales o incluso políticos, ese tipo de intereses que llegan a anidar en la mente calenturienta de alguno, entre los que yo siempre me incluyo (salvo en este destacadísimo caso nada susceptible de ello, ya que estos son motivos más claros y aparentes, como buenamente puede pensar una abuela, y como sin duda es el caso concreto de esta obra).
Motivos de peso tuvo que haber para darle el Planeta a un recién llegado con treinta y nueve años, ya que salvo El enigma de la mesa de Salomón (del aquel mismo año) sus anteriores cuatro libros ni fueron exitosos ni muy buenos, y perdonen mi subjetividad. No es que yo sepa mucho sobre el «paronama literario-editorial» de la época, pero sí que la lucha por un premio siempre es dura, y si es para uno de esta categoría, el crecimiento de esa dureza es exponencial (jamás pensé que podría usar esa palabra con cierto sentido, porque ni idea de qué es exactamente el crecimiento exponencial). La elección de En busca del unicorniodejó atrás a buenísimas novelas. Sin duda, todo un éxito logrado no sólo por la indiscutible calidad de la novela, sino por el esfuerzo y trabajo de todo un equipo.
Incluido en esta categoría estaba El mal amor de Fernando Fernán Gómez, que fue el segundo premio de aquel año. Fernán Gómez por entonces estaba dedicado ya casi en exclusiva a leer y escribir, como él mismo decía (la verdad es que resulta importante a la hora de reseñar este magnífico libro, iconoclasta en cierto sentido, ya que El mal amorcuenta la vida del Arcipreste de Hita con una especial sensibilidad y calidad literaria, cualquier otro año sería sin duda merecedor de más reconocimiento del que obtuvo en el ochenta y siete). Esto habla muy bien de En busca del unicornio y de Eslava Galán. Lo que tenemos claro es que aquel año la calidad de las obras expuestas fue de altísimo nivel: no es lo mismo ganarle el Planeta a Fernán Gómez que a Boris Izaguirre, creo que en eso estaremos todos de acuerdo.
Comentado todo el tema que rodea al premio solo añadiré que el de 1987 fue dotado con quince millones las antiguas pesetas (como si las hubiera modernas). Ahora hasta parece que se lo pagaron mal a el por muchos aquí (por mí el primero) admirado Eslava Galán.
Pues sí, Eslava dio el pelotazo con treinta y nueve años, y el premio sin lugar a dudas le cambió la vida, aunque todos estaremos de acuerdo en que su carrera ha seguido creciendo con los años, tanto en lo cuantitativo como en lo cualitativo. Ya sea por sus novelas o por sus ensayos, se ha ganado la admiración de compañeros y colegas y el cariño del público, ya que sigue siendo uno de los autores con más tirón en las librerías. Pero volvamos un instante al ochenta y siete.
En los mentideros culturales de esa ochentera Andalucía, En busca del unicornio se convirtió en algo más que una novela premiada fue, imagino que sin querer, una candidatura previa de Andalucía al mundo moderno y «serio», antes del AVE y de la Expo. Se convirtió sin quererlo en un grito.
Que un joven andaluz cuasidesconocido ganase el Planeta de manera sonora y unánime como lo hizo disparó «cual saeta colorida» a toda una legión de culturetas con el carné del partido andalucista (que por aquel entonces era un partido serio) a las librerías para comprarlo. Y para hacer, como digo, grito y bandera de él, ya que hasta los niños de la época tuvimos noticias de ello por extraño que parezca.
Doscientos mil ejemplares se vendieron en la primera edición, anda que no talaron bosques en el mundo. Y que malamente talados, porque venderse se vendieron, pero…
Pero luego había que leerlo (y aquí está lo mejor de esta maravilla de libro, por si has vivido en Siberia los últimos treinta años y no te habías enterado, que sepas que eso es lo mejor de todo, el modo de contar esta historia, como si el sol no se pusiera aún por nuestra España), y lo de leerlo fue más complicao.
Cuando ese tipo lo compró y se lo llevó a casa, acostumbrado a Bud Spencer, al Un, dos, tres, a la Feria, a la Semana Santa, a las comuniones, al bar y a dar voces en la vida de sucuñao con las únicas cincuenta palabras que había usado desde que Franco pescó el primer salmonete, abrió el libro e intentó leer la primera página, se asustó tanto que no lo volvió a abrir, ni volvió a comprarse un libro «nunca mais», y se mudó a mil kilómetros de una biblioteca.
Todo un vacile de nuestro autor, sí señor, reconociendo que aunque no es ninguna innovación, la idea de plantear así la novela imprimió más carácter y verosimilitud en su interior. Ese es el vacile que se pega Eslava, un alarde lingüístico que despliega en un texto escrito en primera persona, tal y como imaginamos que lo haría alguien medianamente instruido allá por el 1500. Usando un idioma que, aunque a ese fan de Bud Spencer le sorprendiera, es el nuestro y no es nada culto comparado con catálogos auténticos de la época (por favor que no se me moleste ningún fan de Bud, es sólo una metáfora de la «España de pandereta»).
Y aunque hoy, en pleno dos mil y pico el tema de la historia (la impotencia sexual) nos pueda parecer soso, incluso flojo y la historia en sí (la búsqueda por África de una solución para ello en forma de cuerno de unicornio) una historia más, no lo es. Ni el tema es flojo ni la historia simple. El problema de la impotencia sexual es hoy día casi obsoleto y forma parte del pasado, ya que los adelantos farmacéuticos te solucionan la papeleta tomándote una simple píldora, pero hace sólo una década seguía siendo motivo de incluso cirugías. Y no digamos hace cinco siglos. La historia no es una simple recopilación de anécdotas ficticias o no, narradas con magistral estilo por el autor, sino una historia donde tienen cabida todos los registros.
La risa, la pena, el enfado, la perplejidad, y sobre todo la motivación aparecerán dibujados en el rostro del lector a medida que pase las páginas, ya que sus protagonistas no van de aquí a la vuelta de la esquina en metro, sino que atraviesan diagonalmente el continente africano desde el actual Magreb a las costas del indico, tardando un tiempo más que suficiente para que «les pasasen cosas de raro juicio y lugar, dignas de ser contadas más de facer historias con ellas», usando para tal aventura medios que el lector imaginará, y otros que no.
Un largo viaje literal sin duda, eso sí escrito un año después de otro de los mejores viajes literarios de la década, el de El médico de Noah Gordon. Y aunque se parezcan el uno al otro como ladrillo a bicicleta, es destacable el tirón que tienen estos «road-books» y no solo en aquella época. En fin, muy buena historia también.
Hagamos recuento:
● Estilo, genial.
● Tema, apropiado, incluso atrevido.
● Historia, magnífica de un largo viaje, existencial casi en sus últimas paginas.
Perfecto, pero ¿y el final?, ¿es un final redondo?, ¿deja buen sabor de boca? Pues no sé qué decir, he leído varias veces la novela y nunca la he asimilado igual. La primera vez que la leí me dio igual, estaba tan entusiasmado con el resto que ni lo valoré. Recuerdo otras veces en los que no la terminaba de leer por distintos motivos, que sin duda no fueron el aburrimiento, pero esta última vez ha sido diferente. Casi ni lo recordaba, por eso creo que ahora me ha afectado tanto. Es un resumen de la vida humana en sí. Es tan melancólico que me sorprende no haberlo recordado.
El honor, la hombría, la amistad, la solidaridad, la fuerza, la bravura, la gratitud y el desinterés final que se apodera de una cuadrilla de españoles nos emociona a todos desde En busca del unicornio hasta La vaquilla, desde Fuenteovejuna hasta cualquier tercio viejo de Pérez Reverte. Forma parte de nosotros mismos como paisanos, de un mismo pueblo perdido como «páramo de asceta por el que cruza errante la sombra de Caín», ese pueblo que es España.
Un pueblo donde los habemos muy brutos, muy bromistas, muy ingeniosos, muy tozudos y muy alegres, seguro que sí.
Un pueblo donde los vecinos se critican cualquier cosa, pero un pueblo indeleblemente marcado por un carácter arrollador a efectos prácticos en casos como el que tratamos. Nada que ver con lo eficiente, serio, formal y práctico de los relojeros suizos, pero fíjate tú que no recuerdo yo el nombre de ningún artista ni premio Nobel suizo.
Desde Eslava Galán a la guerra, desde una cuadrilla de españolotes a la crisis, desde un tercio viejo a Velázquez en Roma, desde el moderno estado de las autonomías a las leyes en verso de los tartessos, desde a Aznar a Santiago Carrillo, siempre hemos sido españoles, y siempre lo seremos pase lo que pase.
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