Adicto a las narcoganas
Supongamos que todos los días comienzan planos: sin color, ni olor, ni sabor, ni tacto. Supongamos que, cada mañana, nos vemos obligados a construir nuestras ganas desde cero, buscando matices o argumentos que le den volumen y respuesta a cada gesto. Supongamos que esa suma de gestos acaba creando poco a poco nuestro mundo. Un mundo distinto cada día que se destruirá nada más cerrar los ojos, todas las noches.
Ya sabes, motivos reales que ayuden a levantarnos de la cama, o a preparar el primer café del día, o a elegir entre una chaqueta de tweed o un jersey a rayas, o a salir de casa en tal o cual dirección; no por inercia, no como una de tantas conductas aprendidas, sino porque realmente sintamos alguna motivación o finalidad concreta en levantarnos de la cama, o en ese café con dos de azúcar (¿por qué siempre el mismo café y no cambiamos, tal vez hoy, al zumo de pera?), o en el pantalón de pinzas, o en tomar la dirección exacta.
¿Realmente crees que todo lo que haces te apetece, te construye, te sorprende, o las más de las veces sólo copias tu pasado una y otra vez? ¿somos costumbristas o sólo apáticos? ¿creemos de verdad que la vida es tan larga o tan monótona, o la culpa es nuestra?
Desde mis comienzos en esto del taxi y el blog, nunca he comenzado a trabajar a la misma hora, ni he seguido un mismo itinerario, ni he escrito la misma línea. Nunca he llevado dos veces al mismo usuario, ni imaginado dos cuerpos desnudos iguales. Tampoco gano dos días el mismo sueldo, ni acabo siempre en el mismo bar o brindando con la misma chica. Me dejo llevar por las luces, por la suma exacta de sensaciones que genera cada calle y, en definitiva, por esa capacidad de asombro que todos tenemos (aunque algunos no usen).
Y los días más difíciles, esos que huelen a tedio, me visto con ropa interior femenina y todo cambia y se vuelve fascinante. Nada mejor que jugar a ser otra.
Nota: Las ganas nunca llegan solas: se buscan. Conozco una narcogana en cada esquina. Y sí. Lo reconozco: soy adicto.