50 soluciones a la paradoja de Fermi (42ª solución): La Luna es rara
Los planetas de nuestro sistema solar poseen varias decenas de satélites naturales. Parece, pues, un tanto absurdo afirmar que nuestra Luna es única y mucho más que existe una relación con la paradoja de Fermi. Aun así, durante décadas se ha sospechado que la Luna es lo que hace especial a la Tierra.
Para entender la presente solución a la paradoja de Fermi hay que responder tres cuestiones: ¿en qué sentido es inusual o especial nuestro satélite? ¿Qué probabilidad hay de que satélites similares a la Luna existan en otros sistemas planetarios? ¿Qué papel ha desempeñado la Luna en el desarrollo de vida inteligente?
Si exceptuamos el sistema formado por Plutón y Caronte, la Tierra puede considerarse única al poseer un satélite natural excepcionalmente grande en comparación, a pesar de que la Luna no es el mayor de todos los satélites del sistema solar (es más pequeña que Ganímedes, Calisto, Ío y Titán). La Luna posee una masa 81 veces inferior a la terrestre. En este sentido, puede considerarse casi como un planeta doble el sistema Tierra + Luna. Y los planetas dobles pueden ser raros.
Para estimar la escasez o no de los planetas dobles es preciso comprender cómo se formó la Luna.
Hasta 1975 se barajaban, principalmente, tres mecanismos: co-acreción, en la que la Tierra y la Luna se formaron simultáneamente a partir de gas y polvo en la nebulosa solar primigenia; fisión, en la que la Tierra se formó en primer lugar y a causa de la rápida rotación una porción de ella se desgajó del resto, dando lugar a la Luna; captura, en la que ambos cuerpos se originaron en lugares distintos de la nebulosa solar, quedando atrapada posteriormente la Luna en la órbita de la Tierra. Sin embargo, las evidencias reunidas, sobre todo a partir de las muestras recogidas por las misiones Apolo, no apoyaban precisamente los mecanismos anteriores.
A mediados de la década de 1970, dos grupos de científicos norteamericanos propusieron de forma independiente la hipótesis del impacto. Efectivamente, un objeto del tamaño de Marte colisionó con la Tierra primigenia, eyectando ingentes cantidades de material terrestre y situándolo en órbita. La coalescencia posterior daría lugar a la Luna. Después de todo, y a juzgar por los cabeceos de otros planetas, parece que las colisiones violentas pudieron ser moneda de cambio común en las primeras etapas de la formación del sistema solar.
Aunque los objetos y las colisiones fueran abundantes, puede que aquellas que diesen lugar a grandes cataclismos, como el que originó la Luna, fuesen escasos y quizá Mercurio, Venus y Marte lograron evitarlos. Además, la colisión de la que surgió nuestro satélite tuvo lugar en un instante crítico. Si hubiera acontecido mucho antes, cuando la Tierra tenía mucha menor masa, la mayor parte de los escombros habrían acabado en el espacio y la Luna hubiese resultado mucho más pequeña de lo que es. Por el contrario, si hubiese sucedido mucho más tarde, siendo mucho más masivo nuestro planeta, la mayor gravedad habría evitado la eyección de suficiente masa como para haber dado lugar a la Luna. Con nuestros conocimientos actuales, resulta perfectamente posible que la Tierra sea lo bastante inusual en cuanto a la posesión de un satélite natural tan grande.
Incluso admitiendo que la Luna es algo muy inusual, ¿hubiera sido realmente diferente la vida sin ella?
Por lo que sabemos, son varias las maneras en las que la Luna ejerce su influencia aquí en la Tierra. Las mareas, por ejemplo. Justo después de su formación, la Luna estaba mucho más cerca de la Tierra que ahora, así que las mareas de hace millones de años debieron resultar espectaculares. Se ha llegado a sugerir que las mareas pudieron constituir un factor decisivo a la hora de iniciar la vida, quizá actuando como un enorme mezclador de la sopa primordial. Aunque no se puede descartar la sugerencia, igualmente puede resultar no del todo convincente, ya que incluso en ausencia de la Luna, seguiría habiendo mareas producidas por el Sol (éstas resultan ser la mitad de grandes que las lunares).
Otro efecto debido a las mareas producidas por la Luna tiene que ver con su influencia sobre la corteza terrestre. Puede que la gravedad lunar haya amplificado la actividad volcánica y la deriva continental. Quizá una tierra sin Luna fuese menos activa geológicamente y la vida hubiese tardado mucho más tiempo en desarrollarse.
Pero la influencia más decisiva es, sin duda, la relacionada con la inclinación del ecuador terrestre con respecto al plano de la eclíptica (oblicuidad), íntimamente relacionada con las estaciones. Mercurio posee una oblicuidad cercana a 0º; sus regiones ecuatoriales tienen el sol siempre sobre la vertical, mientras que en los polos siempre aparece en el horizonte. Por el contrario, la oblicuidad de Urano es de unos 98º, con lo que su eje de rotación está prácticamente tumbado. La Tierra presenta un valor intermedio de 23,5º lo cual origina diferencias climáticas suaves en todo el planeta a lo largo del año, una cualidad muy apreciada por la vida compleja. La Luna, muy probablemente, contribuye de forma decisiva a mantener la oblicuidad de la Tierra dentro de un rango de valores adecuado (+- 1,5º con un período de 41 000 años). Marte, por ejemplo, presenta un valor de 25º, pero este valor promedio oscila entre 15º y 35º cada 100 000 años; durante los últimos 10 millones de años ha oscilado entre 0º y 60º de forma caótica. Curiosamente, no posee ningún gran satélite natural.
Por descontado, todos los supuestos anteriores son discutibles. En realidad, no sabemos si la existencia de un gran satélite natural es necesaria e imprescindible para que su planeta albergue vida compleja. Puede que los planetas dobles como el nuestro sean necesarios y que su mera existencia sea muy inusual e infrecuente. Quizá el carácter único de nuestro satélite explica por qué estamos solos. Quizá esta sea la tragedia de la Luna...