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Ese día, los ejecutivos occidentales mirarán tristemente las ruinas de
sus antiguas fábricas, a sus técnicos jubilados jugando a las cartas en las
plazas y llorarán sobre la chatarra de sus parques industriales destruidos.
Y se acordarán entonces, con mucha nostalgia, del tiempo en que ganaban
dinero comprando “fardos de mercancías de los esclavos” y vendiendo caras
sus “marcas registradas” a sus  coterráneos.

Y entonces, entristecidos, abrirán sus despensas y almorzarán sus marcas
que ya estarán pasadas de moda y que por tanto, habrán dejado de ser
poderosas, porque todas habrán sido copiadas…