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APRENDER EN LA INCERTIDUMBRE. Nuevos valores y métodos para formar a los profesionales (PDF)
Artículo publicado en el monográfico sobre Escuelas de Negocio de la Revista de Economía Industrial del Ministerio de Industria, Turismo y Comercio. 2011.Autores: Alfonso González y Tíscar Lara [EOI].

Resumen (texto completo en PDF)
En el contexto socioeconómico en el que vivimos, preguntas como para qué formarse, qué aprender, cómo hacerlo y quién debe acreditar esa experiencia necesitan de respuestas ágiles, flexibles y abiertas, a la altura de una sociedad tan incierta como dinámica que está asistiendo al desmoronamiento de los pilares sobre los que ha sostenido su modelo de educación formal.
Las formas de enseñar, pero lo que es más importante, las formas de aprender y acreditar lo aprendido, requieren de nuevos valores y metodologías para formar a los profesionales en el compromiso de crear riqueza en modelos social y medioambientalmente sostenibles. Las Escuelas de Negocio tienen la responsabilidad y al mismo tiempo el privilegio de liderar este proceso de transformación de la educación superior y construir una sociedad más abierta.
Aprender también es un diálogo
En la primera década del 2000 hemos podido comprobar cómo se ponía fin al periodo de mayor crecimiento económico en la historia de la humanidad protagonizado por los países occidentales. Un mundo previsible, estable y regulado se soportaba en un sistema formativo que buscaba la homogeneidad, dominado por la oficialidad de las titulaciones y por un marco riguroso de competencias profesionales.
Las reglas han cambiado radicalmente en pocos años. En una sociedad y en una economía crecientemente global, incierta y digital, las personas, como ciudadanos o como profesionales, demandan nuevos sistemas de aprendizaje, flexibles, permanentes y eficientes. La única seguridad que puede ofrecer la formación es la competencia que proporciona el dominio de las habilidades que permiten adaptarnos a sucesivos e imprevisibles escenarios de una carrera profesional configurada por la constante sucesión de proyectos personales.
Dirigir la crisis sistémica que vivimos hacia una revolución por la libertad y democratización del aprendizaje es una oportunidad que no nos podemos permitir desaprovechar. En esta dirección las Escuelas de Negocio merecen una especial atención, ya que por su propia naturaleza son la punta de lanza de las transformaciones que se están produciendo en la sociedad. En ellas se experimenta y se prototipa con el dinamismo y velocidad propios de tener que atender a la formación de emprendedores y directivos. Ambos agentes sociales son gestores que se miden de manera inmediata y constante a las exigencias de una realidad que es veloz en su cambio e incierta en su dirección.
En 1999, a las puertas del cambio de siglo, comenzó a circular por Internet el Manifiesto Cluetrain, una serie de ideas que criticaban la arrogancia de las empresas y su desdén hacia los consumidores, al mismo tiempo que apuntaban a una nueva forma de hacer negocios desde el diálogo, el contacto personal y la horizontalidad como valores propios de la Red. En el Manifiesto, que pronto se convirtió también en libro, los autores partían de una máxima que no por evidente resulta menos importante: los mercados son conversaciones.
Doce años después, la web 2.0 con su proliferación de tecnologías y espacios para la interacción social desintermediada, ha provocado que lo que parecían declaraciones de intenciones en el Manifiesto Cluetrain se hayan convertido en evidencias incontestables.
Hoy el futuro de las empresas pasa necesariamente por su apertura y participación en las redes sociales. Las estrategias de social media no se plantean como meros escaparates, como ventanas de oportunidad donde captar más clientes, sino como mercados en su sentido más amplio: bazares de encuentro, diálogo y relación bidireccional con los consumidores, también llamados prosumers por su condición de participantes activos.
La velocidad con la que se ha producido el cambio en las motivaciones personales para el aprendizaje, en las metodologías utilizadas, en los contenidos propuestos y, sobre todo, en las autoridades que acreditan la experiencia acumulada, se acelera de manera creciente. Será en torno a estas cuatro ideas como podamos construir los elementos característicos de la trasformación que estamos viviendo en el mundo de la formación y de manera especial en ámbito de las Escuelas de Negocio, convertidas en auténticos laboratorios de valores, procedimientos y legitimidades.
I. Compartir valores
¿Qué aprendemos?
La crisis que explotó en 2008 y que ha colapsado la economía global apunta principalmente a la responsabilidad de las agencias financieras, a las administraciones públicas que no supieron reaccionar a tiempo para corregirla, pero también a las instituciones académicas que han formado a sus principales gestores. Este último vínculo actúa en una doble dirección. Por un lado, por su influencia como espacios de aprendizaje de determinadas técnicas y valores, pues de sus aulas salieron los principales actores de esta suerte de entramados financieros de riesgo; y por otro, por la directa relación personal de reconocidas autoridades académicas con la industria de los negocios.
Las señales de decadencia del sistema comenzaron hace diez años, concretamente con la caída de Enron en 2001 como recoge el decano de McGill Henry Mintzberg en su libro «Directivos, no MBAs» (2004). Sin embargo, no ha sido hasta la crisis global de 2008 y el liderazgo de Harvard para abordar el debate desde el plano institucional, cuando se han disparado todas las alarmas y se ha tomado conciencia del tejido de responsabilidades.
En paralelo a la reflexión de los decanos, otra de las críticas más significativas llegó desde el corazón de los MBAs y concretamente de un alumno de Harvard, Max Anderson, quien en 2009 hizo suya la necesidad de un compromiso por una gestión responsable y movilizó a toda la comunidad educativa para promover entre sus miembros la adhesión a un juramento hipocrático: el MBA Oath o Responsible Value Creation.
Este compromiso, que ha alcanzado hasta la fecha un número de 5000 firmantes que representan a 300 instituciones, no es nuevo en las escuelas de negocio. Antes, otras como Thunderbird ya se regían por juramentos de este estilo, pero la propuesta de Harvard llegó en un momento de profunda reflexión provocando un gran efecto viral entre los alumnos de otras instituciones.
Por su parte, las Escuelas también han reaccionado al debate y se están comprometiendo a cumplir con la formación en valores a través de la introducción de la ética en sus currículos y firmando los principios de iniciativas internacionales que apelan a la responsabilidad en la formación, como es el PRME Principles for Responsible Management Education impulsada por la ONU a través de su proyecto Global Compact.
La crítica no ha alcanzado sólo a cuestionar el papel de las escuelas de negocio y los valores en los que ha formado a los MBAs como causa directa de la reciente crisis, sino que va más allá, hasta el punto de condenar de forma radical todo el sistema que rodea a la formación superior y minimizar su relevancia en la sociedad actual.
La situación de descrédito académica e institucional por un lado y de desconfianza en la rentabilidad de los títulos por otro, ha llevado a algunos círculos empresariales a hablar de «la burbuja de la educación superior» como el próximo mercado por explotar. Uno de sus mayores detractores con cierta influencia en la opinión pública es Peter Thiel, ex fundador de Pay-Pal e inversor en Facebook. A finales de 2010, Thiel decidió financiar el proyecto 20 under 20 para ofrecer a 20 jóvenes estudiantes menores de 20 años la oportunidad de montar su propio negocio como alternativa a embarcarse en estudios universitarios.
Thiel, conocido por sus aciertos predictivos de las dos burbujas previas en este siglo –la puntocom y la inmobiliaria–, argumenta su crítica al sistema basándose en el progresivo endeudamiento de los estudiantes bajo la confianza ciega socialmente compartidade la promesa de la formación superior como inversión incuestionable y como única garantía de progreso.
En un entorno socioeconómico de crisis como el actual, se da la paradoja de que el mercado laboral no puede garantizar la empleabilidad de los mejores profesionales salidos de la formación superior, como tampoco la devolución de la deuda adquirida con cargo a sus puestos de trabajo. Esto era impensable hace tan solo una década, donde el porcentaje de retorno se liquidaba en los primeros años del desempeño profesional. Ahora esta situación es inviable debido al aumento de las tasas de las matrículas, al progresivo endeudamiento de los estudiantes (en diez años la deuda por cursar estudios superiores en EE.UU. se ha multiplicado por cinco y ronda ya el millón de billones) y a la imposibilidad de abandonar el préstamo una vez contratado.
En las últimas décadas hemos visto cómo un mundo crecientemente liberalizado, desregulado y privatizado, en el que el protagonismo del mercado crecía de manera exponencial, demandaba a las empresas de manera urgente nuevos valores y compromisos. Valores de responsabilidad corporativa, intentado proteger los intereses de los propietarios y del capital, no siempre coincidentes con los de los gestores. La desigualdad no es sostenible y eso obliga a que la ética se incorpore como un elemento esencial de la actividad empresarial.
La innovación moral se ha convertido en uno de los elementos más dinamizadores de la actividad económica, hasta el punto de que la empresa sin valores, cuando su conducta se hace pública, es duramente sancionada por el mercado. La empresa reclama su reconocimiento como principal agente en la creación de riqueza y empleo, responsable y sostenible. Prueba de ello es la integración cada vez más extendida entre sus prácticas de gestión de la Triple Cuenta de Resultados que contabiliza la rentabilidad no sólo financiera, sino también social y medioambiental.
NOTA: El artículo continúa en texto completo en PDF.